Reflexiones sobre la verdad

Gandhi

¿Qué es la verdad?

El asunto contiene sus dificultades. En lo que me concierne, las he resuelto diciendo que es la voz interna que nos habla. Me preguntarán: ¿Cómo sucede entonces que hay diversos espíritus que conciben verdades disímiles y hasta opues­tas? Ocurre que el espíritu humano tiene que pasar por innumerables intermediarios antes de elaborar una conclusión, y su evo­lución no es la misma en todos.

La verdad jamás daña a una causa justa.

En la verdad, percibo la belleza: Ia des­cubro a través de la verdad. Todo lo que es verdad, no apenas las ideas exactas, sino también los rostros francos, los retratos fie­les y los cantos más naturales son objetos de belleza, e inclusive de inmensa belleza a veces. Son poquísimos los que saben dis­cernir la belleza que emana de la verdad.

Sin duda, lo que a uno puede parecer un yerro manifiesto, a otro puede parecerle sabiduría pura. Y nada puede hacer, aun­que sea víctima de una alucinación.

No tengo nada nuevo para enseñarle al mundo. La verdad y la no violencia son tan antiguas como las montañas. Todo lo que hice fue tratar de experimentarlas en la mayor escala posible.

El silencio ayuda mucho a quien, como yo, procura la verdad. En un estado de si­lencio, el alma encuentra el sendero ilu­minado por la luz más clara, y lo que era esquivo y engañoso, es resuelto por una claridad cristalina. Nuestra vida es una prolongada y ardua búsqueda de la verdad. Y para alcanzar la cima más elevada, el alma requiere reposo interior.

Las creaciones realmente bellas apare­cen cuando surge la comprensión verda­dera. Si estos momentos son raros en la vi­da, también son raros en las artes.

La verdad es como un inmenso árbol que brinda más y más frutos cuanto más se lo nutre. Cuando más hondo se excava en la mina de la verdad, más ricos son los des­cubrimientos de las gemas allí existentes, lo cual abre todavía mayores variedades de servicio al prójimo.

Cuando la contención y la cortesía se unen a la fortaleza, esta última se vuelve irresistible.

Si aspiramos a ser hombres que caminan con la cabeza erguida y no sobre cuatro patas, comprendamos de una vez por to­das que debemos someternos voluntaria­mente a la disciplina y a las restricciones... Satyagraha no comienza ni termina con la desobediencia civil.

En todas partes veo que cunden la exa­geración y la mentira. Pese a todos mis es­fuerzos, no alcanzo a saber dónde se es­conde la verdad. No obstante, tengo la im­presión de que me aproximo a ella, a me­dida que disminuye la distancia que me separa de Dios.

SATYAGRAHA

Satyagraha es gentil, jamás lastima. No puede ser resultado de la ira o la malicia, ja­más hace estrépito, nunca es impaciente ni vocifera. Es el opuesto directo de la com­pulsión. Se concibió como sustituto com­pleto de la violencia.

Si tuviéramos una visión plena de la ver­dad, ya no buscaríamos a Dios, sino que seríamos uno con él, porque la verdad es Dios. Mientras no lo logremos, seremos imperfectos. Por consiguiente, la religión -tal como ia concebimos- también tiene que ser imperfecta: está sujeta a evolución.

La palabra satya (verdad) deriva de sat que significa "ser". Nada es o existe real­mente, excepto la verdad. Tal es el motivo de que sat o verdad sea quizás el nombre más importante de Dios. En efecto, es más correcto decir que la verdad es Dios que decir Dios es la verdad.

Satyagraha es una fortaleza que pueden ejercer tanto los individuos como las comunidades, tanto para cuestiones políticas co­mo domésticas. Su aplicabilidad universal demuestra lo perdurable e invencible que es. Pueden usarla indistintamente hombres, mujeres y niños. Y es absolutamente falso decir que a esta fuerza la utilizan solamen­te los débiles mientras son incapaces de en­frentar a la violencia con violencia.

La devoción a esa verdad es la única jus­tificación de nuestra existencia. Todas nuestras actividades deberían estar centra­das en la verdad. La verdad debería ser nuestro aliento de vida. Una vez que el pe­regrino llegue a esa etapa de su evolución, las demás reglas del correcto vivir surgirán sin esfuerzo, siendo instintiva la obedien­cia a tales reglas. Sin embargo, sin la ver­dad sería imposible observar ninguna regla o principio de vida.

Verdad (satya), que implica amor, y fir­meza (agraha), confluyen y por lo tanto sir­ven como sinónimo de fortaleza. De ese modo comencé a llamar al movimiento hindú, es decir, satyagraha, la fuerza no violenta que nace de la verdad y el amor, y desistí de usar la denominación "resistencia pasiva".

Al haberme iniciado en satyagraha, he advertido que si se quiere alcanzar la ver­dad, en vez de recurrir a la fuerza hay que apartar al adversario de su error, con pa­ciencia y bondad. Porque lo que a unos les parece verdad, a otros puede parecerles falso. Por otra parte, esa obra de paciencia significa que uno debe hacer recaer sobre sí todos los padecimientos necesarios. De este modo, la verdad se da a conocer, no por sufrimientos infligidos a los demás, si­no por los que uno se impone.

La belleza de satyagraha es que viene hacia ti, no hace falta que salgas en su búsqueda.

CÓDIGO DE CONDUCTA

Para los voluntarios, en 1930 redacté un código de conducta con nueve puntos:

1. No albergues rencor y sufre la ira del opo­nente. Rehúsa responder a sus ataques.

2. No te sometas a orden alguna dictada por la ira, aunque haya algún serio cas­tigo a esa desobediencia

3. Evita insultar o maldecir.

4. Protege al oponente del insulto o el ata­que, aun a riesgo de tu vida.

5. No resistas el arresto ni te aferres a propie­dades, salvo como delegado del dueño.

6. Niégate a entregar la propiedad que te confiaron, aun a riesgo de tu vida.

7. Si te toman prisionero, compórtate de modo ejemplar.

8. Como miembro de una unidad satya­graha, obedece las órdenes de los líde­res satyagraha, y en caso de serio desa­cuerdo renuncia a integrar la unidad.

9. No esperes garantías para el sustento de dependientes.

Los pasos siguientes rigen para toda campaña satyagraha, en la confrontación con un orden establecido:

1. Negociación y arbitraje.

2. Preparación del grupo para la acción di­recta.

3. Agitación.

4. Emisión de un ultimátum.

5. Boicoteo económico y medidas de huelga.

6. No cooperación.

7. Desobediencia civil.

8. Usurpación de las funciones de gobier­no.

9. Gobierno paralelo.

Pese a la humillación, a la tempestad, y a eso llamado derrota, soy capaz de con­servar mi serenidad, porque mi fe en el Dios-verdad es más profunda que esos re­molinos de la superficie. Puede describirse a Dios de mil maneras, pero prefiero adop­tar esta fórmula: "La verdad es Dios".

LA VERDAD ES UN PRINCIPIO SOBERANO

Todos sus estudios serán en vano si al mis­mo tiempo no edificas tu carácter y lograr la maestría de tus pensamientos y acciones.

Cualquier coerción sólo puede desem­bocar en el caos: quien la práctica es cul­pable de violencia deliberada. La coerción es inhumana.

Para mí, la verdad es un principio sobera­no, que abarca una amplia variedad de otros principios. Esta veracidad no se refiere ape­nas a la palabra, sino también a los pensa­mientos, y no sólo a la relativa verdad de nuestra concepción, sino a la verdad abso­luta, el principio eterno, o sea, a Dios.

Resulta difícil definir a Dios, pero la de­finición de la verdad está inscripta en el corazón de cada cual. La verdad es lo que cada uno considera verdadero en este con­creto instante. Ese es su Dios. Si un hom­bre adora esa verdad relativa, con seguri­dad, al cabo de cierto tiempo, llegará a la verdad absoluta, o sea, a Dios.

Satyagraha, la desobediencia civil y los ayunos no tienen nada en común con el uso de la fuerza, velada o abierta.

Existen innumerables definiciones de Dios, ya que sus manifestaciones son ili­mitadas. Todas ellas me colman de admi­ración y de temor; algunas veces, por un instante, me causan estupor. Pero yo no venero a Dios más que bajo su aspecto de verdad. Todavía no lo he hallado, pero mi búsqueda prosigue. Para llegar a él, estoy dispuesto a sacrificar lo más querido. Si tuviese que sacrificar mi vida, creo que esta­ría dispuesto a ello. Pero mientras no logre descubrir la verdad absoluta, deberé seguir siendo fiel a la verdad relativa, así como se me presenta.

Dios no se encuentra en el cielo ni en el infierno, sino en cada uno de nosotros. En consecuencia, podré ver algún día a Dios, si me consagro al servicio de la humanidad.

Satyagraha es un proceso de educar a la opinión pública, que abarca todos los ele­mentos de la sociedad y que al final se vuelve irresistible... Jamás promueve la venganza: sostiene la conversión, no la destrucción. Sus fracasos se deben a las fragilidades del satyagrahi (defensor no violento de la verdad), no a defecto algu­no de la ley en sí.

REFLEXIONES SOBRE LA VERDAD

Mis sueños no se ciñen a sentimientos inconsistentes: hago lo posible para con­vertirlos en realidad.

No soy otra cosa que un buscador de la verdad. Considero que encontré un sende­ro que me conduce hacia ella, y hago todo lo posible para concretar mi propósito. Aunque confieso que no la alcancé todavía. El hecho en sí de descubrir la verdad signi­fica que uno ha alcanzado la perfección y ha cumplido su destino. Conozco bastante bien mis lamentables defectos, pero toda la fuerza me viene de tal conocimiento.

SOY UN SER INVENCIBLE

Tal vez sea digno de desprecio, pero dado que la verdad se sirve de mí para expresar­se, soy un ser invencible... Finalmente, se­senta años de lucha me han permitido rea­lizar el ideal de verdad y de pureza que me había fijado desde el comienzo.

La fortaleza no brota de una capacidad física, emana de una voluntad indomable. Una persona que haya realizado el princi­pio de la no violencia, tiene como "arma" una energía concedida por Dios, y el mun­do todavía no conoció algo que pueda equipararla.

Olvidé casi toda la enseñanza que mis maestros sacaron de sus libros, pero re­ cuerdo muy bien todo lo que me enseña­ron fuera de sus manuales.

REFLEXIONES SOBRE LA VERDAD

Hay diferencias entre la no cooperación y la desobediencia civil, pero son ramas dei mismo árbol que denomino satyagraha [fuerza de la verdad]. Para ser "civil", esa de­sobediencia debe ser abierta y no violenta.

No cooperar con el mal es tanto un de­ber como la cooperación con el bien. La acción no violenta sin la intervención del corazón y la cabeza no puede producir el resultado que se busca.

No hay belleza sin verdad. Por otra par­te, puede ser que la verdad se manifieste de modo tal que, externamente, no revele belleza alguna. Dicen que Sócrates era el mayor amigo de la verdad en su época y, entretanto, consta que sus facciones eran Ias más feas de Grecia. En mi opinión, él era bello, porque toda su vida estaba em­peñada en la búsqueda de la verdad.

LA BELLEZA VERDADERA

La belleza verdadera consiste, sobre to­do, en la pureza del corazón. El arte, para ser arte, debe promover la serenidad. Quiero un arte y una literatura que puedan hablarles a millones de hombres.

Su yo fuera un dictador, exigiría la sepa­ración entre la religión y el Estado. Mi ra­zón de vivir emana de la religión. Por ella, estoy dispuesto a morir. Pero se trata de un asunto puramente personal. El Estado nada tiene que ver con ello. Su territorio es el del bienestar, la salud, las comunicacio­nes, los asuntos extranjeros, la hacienda y demás problemas netamente temporales. No tiene que preocuparse de tu religión o Ia mía. Este es un asunto de cada uno.

La vida es la mayor de todas las artes. Quisiera ir más lejos y decir que el hombre que más se acerca a la perfección es el mayor artista. Pues, ¿qué sería el arte si le faltaran el cimiento y la estructura de una vida noble?

Estoy contra la violencia porque sus apa­rentes ventajas, a veces impresionantes, no son más que temporales, mientras que el mal que ocasiona deja sus huellas para siempre. Aunque se matase a todos los in­gleses sin excepción Ia India no sacaría de eso el mínimo provecho. No será la matan­za de todos los ingleses lo que librará de su miseria a millones de hombres. La respon­sabilidad de nuestra situación actual nos incumbe mucho más que a los propios in­gleses. Ellos no podrían hacernos el menor mal si en nosotros todo fuera bueno. De allí mi insistencia en que nos reformemos interiormente a nosotros mismos.

HAY UNA SOLA RELIGIÓN

Así como un árbol tiene un único tronco pero muchas ramas y hojas, así hay una sola religión -la humana- pero cual­quier cantidad de expresiones de fe.

El devoto de la verdad jamás debe hacer nada por mero acatamiento a las conven­ciones reinantes. Debe estar siempre pre­dispuesto a corregirse, y cuando descubra que está equivocado, tiene que confesarlo a toda costa y pagar por ello.

No soy muy culto, conozco poco la lite­ratura y no he visto mucho mundo. Con­centré mi atención en escasas cosas, y ex­cluí todo interés por lo demás.

Evitemos la intimidad con aquellos cuyas costumbres sociales sean diferentes a las nuestras. No se debe entrelazar la vida con la de hombres o pueblos cuyo ideal está en desacuerdo con el nuestro. Cada hom­bre es un arroyo. Cada hombre es un río. Y todos y cada uno deben seguir su curso, límpidos y sin mácula, hasta tanto lleguen al mar de la Salvación, donde todos ha­brán de mezclarse.

SOY UN HOMBRE RELIGIOSO, UN HOMBRE DE ORACIÓN

La mayoría de los hombres religiosos con que me encontré, son políticos disfra­zados de religiosidad. En cambio, yo que parezco disfrazado de político, soy un hombre íntimamente religioso.

No soy un sabio, pero humildemente as­piro a ser un hombre de oración. La ma­nera de orar importa poco. En este terreno, cada uno constituye su propia ley. No obs­tante, existen ciertos itinerarios con mojo­nes claros y que resulta más seguro seguir, sin apartarse de ellos, puesto que fueron trazados por maestros antiguos y expertos.

La verdad es como un inmenso árbol que brinda más y más frutos cuanto más se lo nutre.

Cuando escribo, jamás pienso en lo que dije anteriormente. Mi propósito no es ser consecuente con mis declaraciones prece­dentes sobre una cuestión determinada, si­no ser coherente con la verdad, sea cual fuere el modo en que se me presente en di­cho momento. Por eso, fui creciendo de verdad en verdad, libré a mi memoria de un esfuerzo excesivo y, más todavía, cuan­do me veo obligado a comparar mis textos -hasta los de cincuenta años atrás- con los más recientes, no descubro entre ellos Ia más mínima inconsistencia.

El cuerpo nos fue dado sólo para que con él podamos servir a toda la creación.

LOS DOS ASPECTOS DE LAS COSAS

La meta se aleja continuamente de noso­tros. Cuanto más avanzamos, más debe­mos admitir nuestra incompetencia. Nues­tra recompensa se halla en el esfuerzo y no en los resultados. Un esfuerzo total es una victoria absoluta.

Las cosas poseen dos aspectos: uno ex­terno, otro interno. El aspecto externo no posee valor, salvo que lo auxilie el interno. Por eso, todo el arte verdadero es una ma­nifestación del alma. Las formas exteriores sólo tienen valor cuando expresan el espí­ritu, la interioridad del hombre.

Al pensar en el contraste que existe entre mi pequeñez, la fragilidad de mis medios y la grandeza de lo que se espera de mí, siento algo parecido al vértigo. Pero simultáneamente, y me doy cuenta de ello por completo, esa gigantesca esperanza que mis compatriotas depositan en mí no es para nada un homenaje a mi personalidad, que es una singular combinación del doc­tor) ekyll y del señor Hyde. No; ellos ven en mí la encarnación, por cierto incom­pleta aunque por eso mismo más intere­sante (dadas mis limitaciones) de dos cua­lidades invalorables: la verdad y la no vio­lencia.

Si algún día la India adopta la suprema­cía de la fuerza bruta, dejaré de ser capaz de considerarla mi tierra nativa.

Nadie en este mundo posee la verdad ab­soluta. Es solamente un atributo de Dios. Todo lo que conocemos es una verdad re­lativa.

A MAYOR INOCENCIA, MAYOR FORTALEZA

Por lo tanto, sólo podemos perse­guir la verdad tal como la vemos. En tal búsqueda de la verdad, nadie puede per­derse.

Cuando es relevante, la verdad debe ser pronunciada, por más desagradable que resulte. La irrelevancia es siempre algo fal­so y nunca debe ser enunciada.

Satyagraha, tal como lo concibo, es una ciencia que podría no ser una ciencia en absoluto, y bien podrían ser las cavilacio­nes de un tonto, y hasta de un loco... Pero cuanto mayor sea nuestra inocencia, más grande será nuestra fortaleza, y más sutil será nuestra victoria.

El individualismo ilimitado es la ley de los animales de la jungla. Debemos apren­der a forjarnos un sendero entre la libertad individual y la restricción social. El some­timiento voluntario a las limitaciones so­ciales en pro del bienestar de la sociedad entera, enriquece tanto al individuo como a la comunidad que él constituye.

No puedo alcanzar la liberación me­diante un rechazo mecánico de la acción, sino apenas mediante una actividad inteli­gente despojada de cualquier interés. Esta lucha equivale a una incesante crucifixión de la carne, hasta que el espíritu quede plenamente liberado.

EL ESPÍRITU DE LA DEMOCRACIA

La verdad perdurará por sí misma, todo el resto será barrido por el correr del tiempo.

El espíritu de la democracia no es una cosa mecánica que se obtiene mediante aboliciones formales. Es algo que exige un cambio en el corazón... Mientras uno se empeñe en conservar su espada, no ha conquistado en absoluto su intrepidez.

Resulta imposible que un individuo robe y simultáneamente pretenda conocer la verdad o alimentar el amor. Sin embargo, cada uno de nosotros, consciente o in­conscientemente, es más o menos culpa­ble de robo.

Para ser eficaz, la no violencia demanda la intrepidez y el respeto a la verdad. Es así: no es posible temer ni intimidar al que se ama. De todos los dones que nos fueron concedidos, sin duda alguna la vida es el más precioso.

Un hombre de fe permanecerá aferrado a la verdad, aunque el mundo entero luz­ca absorbido por la falsedad.

Todo en el universo -incluidos el sol, la luna y las estrellas- obedecen a determi­nadas leyes. Sin la influencia restrictiva de tales leyes, el mundo no perduraría un so­lo instante. Ustedes, que tienen la misión de servir a sus semejantes, se verán muy confundidos si no se imponen algún tipo de disciplina. Y no olviden que la plegaria es una disciplina espiritual necesaria. La disciplina y las restricciones autoimpues­tas son lo que nos diferencia de las bestias.

Puedo ser una persona despreciable, pe­ro cuando la verdad habla a través de mí, me vuelvo invencible... No poseo otra for­taleza que la que emana de la insistencia en la verdad. La no violencia surge de la misma insistencia.

SOY UN SER FALIBLE

El hombre es un ser falible, jamás puede estar totalmente seguro de sus pasos. Ni yo me erijo como guía infalible ni me atribu­yo inspiración. Para ser un guía infalible, el hombre debería tener un corazón per­fectamente inocente, incapaz de hacer el mal. En mi caso, no estoy en semejante posición.

Creo que comprendo mejor el ideal de la verdad que el de la no violencia, y mi ex­periencia me dice que si dejo desvanecer la verdad que comprendí, jamás podré re­solver el enigma de la no violencia. El ide­al de la verdad demanda que los votos for­mulados se cumplan tanto en el espíritu como en la letra.

La alegría reside en la lucha y en el es­fuerzo y en el sufrimiento que implican, no en la conquista de la victoria.

Admito que en mi vida hay numerosas incoherencias. Pero como me llaman ma­hatma (alma grande o magnánima), estoy dispuesto a endosar las palabras de Emer­son, de que la coherencia tonta es el ca­ballo de batalla de los mediocres.

NO SOY MAHATMA

La verdad me resulta inmensamente más querida que esa dignidad humillante de mahatma con que procuran revestirme. Si hasta ahora ese peso no me aplastó, es por el sentimiento que tengo de no ser nada y porque soy consciente de mis limitaciones.

Muchas veces, abstenerse del alimento es necesario para mantener saludable el cuerpo, pero no existe cosa alguna como abstenerse de la oración.

Mi vida es una faena sin reposo, realiza­da con alegría. Puesto que no me preocu­pa el mañana, me siento libre como el ai­re. Encuentro un inmenso consuelo en la idea de que lucho sin tregua y de modo sincero contra todo lo que la carne ambi­ciona.

REFLEXIONES SOBRE LA VERDAD

La verdad reside en cada corazón huma­no, y uno debe procurarla allí, dejándose guiar por la verdad tal como la percibe. Nadie tiene el derecho de aplicar coerción a otros para que actúen según su propia vi­sión de la verdad.

Tuve la suerte, o la falta de suerte, de to­mar al mundo por sorpresa. Los experi­mentos nuevos, o los experimentos anti­guos en formas nuevas, generan -a ve­ces- incomprensión.

OBEDIENCIA AL LLAMADO DE LA VERDAD

La verdad, que es permanente, elude al historiador de eventos: la verdad trascien­de la historia.

No me interesa en absoluto parecer co­herente. En mi camino en busca de la ver­dad, abandoné muchas ideas y aprendí muchas cosas nuevas. Soy viejo de cuer­po, pero no tengo la conciencia de haber parado de crecer interiormente, o que mi crecimiento cesará con la disolución de mi carne. Lo que me interesa es mi actitud de disposición a obedecer el llamado de la verdad, mi Dios, momento tras momento.

Una convicción nueva viene apoderán­dose de mí. Todo lo que me resulta posible, le es posible inclusive a un niño: y tengo buenas razones para decirlo. Los instrumentos para procurar la verdad son a la vez sencillos y complicados. A una per­sona arrogante pueden resultarle inabor­dables. En cambio, no le plantean dificul­tad alguna a un niño inocente.

Utiliza la verdad como si fuera tu yun­que, a la no violencia como tu martillo, y todo lo que no resista la prueba cuando sea llevado al yunque de la verdad y sea percutido con la no violencia, recházalo.

Un acto que no es voluntario no puede considerarse como moral. Mientras uno ac­túe como una máquina, resulta imposible hablar de moralidad. Para decir que una ac­ción es moral, resulta preciso haberla lleva­do a cabo conscientemente y sabiendo que se trata de un deber. Toda acción que haya sido dictada por el miedo o por la violencia, deja de ser moral automáticamente.

CONTROLAR LA IRA

Varias experiencias muy duras me ense­ñaron a no dejar que exprese mi ira. Así como comprimiendo el vapor se obtiene una nueva fuente de energía, también con­trolando la ira se puede lograr una fortale­za capaz de derribar al mundo por entero.

El primer deber es el de proteger a los dé­biles, y no ultrajar una consciencia humana. No seremos mejores que las bestias, mien­tras no hayamos purificado este pecado.

Generalmente, el hombre común no per­cibe belleza alguna en la verdad. Sigue de largo, ciego ante la belleza. Toda vez que el hombre comienza a ver belleza en la verdad, nace el arte verdadero.

En la marcha hacia la verdad, la ira, el egoísmo, el rencor, etc.... deben quedar de lado, pues de otro modo sería imposible al­canzar la verdad. Un hombre a merced de sus pasiones puede tener muchas buenas intenciones, puede tener palabras verídicas, pero jamás descubrirá la verdad. Una bús­queda exitosa de la verdad exige liberarse por completo del tropel de dualidades tipo amor u odio, felicidad o desdicha.

Si sólo un hombre avanza un paso en la existencia espiritual, toda la humanidad se beneficia de ello. Al contrario, la marcha atrás de uno sólo implica un retroceso del mundo entero.

QUÉ DEBEMOS CUSTODIAR

Mi labor habrá concluido si consigo con­vencer a la humanidad de que cada hom­bre o cada mujer, sea cual fuere su poten­cialidad física, es el guardián de su digni­dad y de su libertad. Este amparo es posi­ble, aun cuando el mundo entero se vuelva contra el único que sea capaz de resistir.

Si continúa la demencial carrera armamen­tista, desatará una matanza jamás vista antes en la historia. Si alguien resulta triunfante, esa victoria vana será como una muerte en vida para la nación que se alce como victoriosa.

La vida es una aspiración. Su misión es es­forzarse por la perfección, que es la autorrealización. El ideal no debe ser rebajado por nuestra debilidad o nuestra imperfec­ción. Tengo dolorosa consciencia de que ambas se encuentran en mí. Diariamente, mi grito silencioso le pide a la verdad que me ayude a erradicar de mí tal debilidad y tales imperfecciones.

El rumbo más seguro es creer en el go­bierno moral del mundo y, en consecuen­cia, en la supremacía de la ley moral, la ley de la verdad y del amor.

Inicia tu día con una plegaria y hazla tan conmovedora como para que perdure en ti hasta el atardecer. Concluye el día con una plegaria, para disfrutar de una noche pací­fica libre de sueños y de pesadillas. Que la forma de la plegaria no te preocupe. Deja que se manifieste como sea: tal es el modo en que nos pone en contacto con lo divi­no. Cabe apenas una precaución: cual­quiera que sea su forma, no permitas que el espíritu se disperse mientras las palabras de la plegaria emanan de tu boca.

EL AYUNO VERDADERO

Debo someterme a una purificación per­sonal. Debo alcanzar la condición de re­gistrar mejor hasta la más leve variación de la atmósfera moral que me rodea. Mis plegarias deben expresar más verdad y hu­mildad. No hay nada más purificador que el ayuno verdadero para lograr la expre­sión más íntegra de uno mismo: el domi­nio del espíritu sobre la carne.

INFLUENCIA DE TOLSTOI EN GANDHI

En la persona de Thoreau, los estadouni­denses me dieron un maestro. Su ensayo sobre el deber de la desobediencia civil me aportó la confirmación científica de las razones de mi accionar en Africa del Sur.

La gota de agua participa de la grandeza del océano, aunque ella no lo sepa. Pero ni bien se empeñe en separarse de él, se secará completamente. No resulta ni mu­cho menos exagerado decir que la vida no es más que una ilusión.

Jamás se me ocurrió pensar que mi misión fuera la del caballero andante que va por to­das partes deshaciendo entuertos y auxilian­do a las almas en peligro. Lo único que hice fue esforzarme en demostrar cómo resulta posible superar nuestras propias dificultades.

Hace cuarenta años, cuando atravesaba una grave crisis de escepticismo y de du­da, llegó a mis manos el libro de Tolstoi El Reino de Dios está en vosotros. Ese libro produjo en mí una impresión muy honda. En aquella época todavía creía en la vio­lencia. Después de leer esa obra, me vi cu­rado de mi escepticismo y comencé a creer firmemente en la no violencia. Lo que más admiro de la obra de Tolstoi es que ponía en práctica todo lo que predicaba y no se echaba atrás ante cualquier sacrificio en la búsqueda de la verdad.

Con Tolstoi, Rusia me dio un maestro ca­paz de fundamentar racionalmente mi no violencia empírica. Tolstoi dio su bendi­ción al movimiento que yo había creado en Africa del Sur, cuando el intento estaba todavía en pañales y apenas permitía adi­vinar sus admirables posibilidades. Fue él quien profetizó en una carta que me diri­gió en esos días que mi acción llevaría un mensaje de esperanza a los pueblos opri­midos.

Cuando estaba preso, me enviaron desde lugares diferentes nada menos que tres ejemplares de La vida de sor Teresa, con la esperanza de que seguiría su ejemplo y des­cubriría en Jesús al hijo único de Dios y sal­vador mío. Leí la obra con recogimiento, pe­ro no pude hacer mío el testimonio de santa Teresa... Actualmente me levanto contra el cristianismo dogmático, en la medida en que estoy convencido de que tal doctrina ha deformado el mensaje de Jesús. Cristo era un asiático, cuyo mensaje fue transmitido según medios muy diversos. Pero cuando esta religión recibió el apoyo de un empera­dor romano, se hizo imperialista, y lo ha se­guido siendo hasta hoy. Evidentemente, hay excepciones brillantes, pero raras

JESÚS, HIJO DE DIOS

En principio, debes buscar la verdad: la belleza y la bondad surgirán por añadidu­ra. Tal es la auténtica enseñanza de Cristo en el Sermón del Monte. A mi entender, Je­sús fue un artista inigualable, pues captó la verdad y supo expresarla.

Jesús expresó como nadie el espíritu y la voluntad de Dios. Por este motivo, Lo veo y Lo reconozco como Hijo de Dios. Pues­to que la vida de Jesús posee el significado y la trascendencia que he mencionado, creo que El pertenece no solamente al cris­tianismo sino al mundo entero, a todas las razas y gentes, sin que importe demasiado bajo qué bandera, denominación o doctri­na sirvan, profesen una fe o adoren al Dios heredado de sus antepasados.

Jesús redimió los pecados de los que aceptaron su enseñanza, y fue para ellos un ejemplo infalible. Pero el ejemplo se quedó en letra muerta para los que no se esforzaron en cambiar de vida. El hombre regenerado ve cómo se borra toda aquella impureza que lo caracterizaba al comien­zo, igual que el oro purificado se ve libre de las huellas de la aleación precedente.

Buda reinstaló a Dios en su justo lugar y destronó al usurpador que en ese momen­to parecía ocupar el Trono Blanco. Puso énfasis en declarar repetidas veces que existía eterna e inalterablemente y gobier­ no moral de este universo. Y sin vacilacio­nes afirmó que la Ley era Dios.

EL ILIMITADO AMOR DE BUDA

El modo correcto, la palabra adecuada, la conducta justa y el comportamiento apropiado eran el estilo de Gautama Buda. El nos brindó la clara ley de la familia hu­mana. Su amor, su amor ilimitado, llegaba igualmente desde el más inferior de los animales, desde la menor forma de vida, hasta los humanos. Y el insiste en la clari­dad de la vida. La pretensión de que el humano sea un amo de las creaciones meno­res es un ejemplo de arrogancia.

En el bruto, el alma permanece siempre dormida. En el hombre, el raciocinio agudi­za y orienta la sensibilidad. Lo que le per­mite al alma salir de su sueño es despertar al corazón. También es lo que despierta a la razón y lo que la acostumbra a discernir en­tre el bien y el mal. Hoy, todo lo que nos ro­dea, nuestras lecturas, nuestros pensamien­tos y nuestras costumbres sociales, todo ello conspira generalmente para estimular nues­tro instinto sexual y facilitar su satisfacción. No resulta fácil liberarse de tal engranaje. Pero es una labor digna de nuestros más de­cididos esfuerzos.

Cuando admiro las maravillas de un cre­púsculo o la belleza de la luna, mi alma se expande en adoración al creador.

Cada cual tendría que gobernarse a sí mismo, a fin de no ser nunca un estorbo para el prójimo. En tal estado ideal, no existe el poder político, porque no existe el estado. Pero dicho ideal no aparece nunca en la vida real. Por eso, tenemos la clásica afirmación de Thoreau: "El mejor gobierno es el que gobierna menos".

CONQUISTAR LA VERDAD

El sendero de la paz es el sendero de la verdad. Conquistar la veracidad es más importante que conquistar la paz. Por cier­to, la mentira es la madre de la violencia. El hombre veraz no logrará ser violento durante mucho tiempo: en el curso de su búsqueda advertirá que no precisa ser vio­lento. Después, descubrirá que mientras persista en él un mínimo rastro de violencia, no conseguirá encontrar la verdad que procura.

No bien desaparezca el espíritu de ex­plotación, los armamentos se convertirán en una carga insostenible. El auténtico de­sarme no ocurrirá mientras las naciones del mundo no paren de explotarse entre sí.

Hay principios eternos que no admiten compromiso, y el hombre debe estar dis­puesto a sacrificar su vida en defensa de esos principios.

Se requiere un mínimo de bienestar y de comodidad, pero una vez alcanzado tal ni­vel, todo lo que serviría para ayudarnos se convierte en una fuente de malestar. Co­rrer tras un número ilimitado de necesida­des para satisfacerlas de inmediato, es igual que dedicarse a perseguir el viento. Este falso ideal no es más que una trampa. Hay que saber imponer límites a las pro­pias necesidades, tanto físicas como inte­lectuales, para que el ansia de satisfacerlas no se convierta en una búsqueda del pla­cer. En el plano material y cultural procu­remos que nuestras condiciones de vida no nos impidan servir a la humanidad, que es la misión que debería activar todos nuestros potenciales.

LA VERDAD ABSTRACTA

La verdad abstracta no tiene valor a me­nos que se encarne en los seres humanos que la representan, probando su disposi­ción a morir por ella.

Existen muchas cosas de las que no po­demos huir así nomás, inclusive evitándo­las. Esta implicancia terrestre en la que es­toy aprisionado es el tormento de mi vida, pero tengo que entenderme con ella, y hasta aceptarla con buena voluntad.

Para crecer, el espíritu requiere ejercicio, del mismo modo que la educación física le da al cuerpo el entrenamiento necesario.

Hay una corte más suprema que las cor­tes de justicia, y es la corte de la conscien­cia. Supera todas las demás cortes.

El hombre es un ser limitado. Como tal, nunca conocerá plenamente la verdad y el amor, que son infinitos. Pero poseemos un conocimiento suficiente de ellos, suficien­te para guiar nuestros pasos. En nuestros esfuerzos por avanzar es posible que nos engañemos, y a veces muy seriamente. Pe­ro como ser, el hombre debe ser su propio director: con tal autonomía puede cometer errores y enmendarlos, así como lo hace frecuentemente

EL HOMBRE ES UN SER SOCIAL

En lo referido a la autosuficiencia, la in­terdependencia es y tendría que ser el ideal humano. El hombre es un ser social. Si no se interrelaciona con la sociedad nunca conseguirá su unidad con el universo ni cancelará su egoísmo.

De todo corazón daría la bienvenida a la unión de Oriente y Occidente, dando por sentado que no se base en la fuerza bruta.

La resistencia civil es una espada de mu­chos filos: puede usarse de infinitas mane­ras. Bendice a quien la usa, y bendice al que es su destinatario. Sin derramar una go­ta de sangre produce resultados sin paran­gón. Jamás se oxida ni puede ser robada.

Me hice periodista no por gusto, sino simplemente porque vi en el periodismo un medio para cumplir mejor mi misión en la vida. Por cierto, debo enseñar a los de­más a servirse de un arma incomparable: satyagraha. Es el corolario directo de la no violencia y la verdad.

Estoy seguro de que hasta el corazón más pétreo será ablandado por esa resistencia. Es un remedio soberano y de alta efectivi­dad. Es un "arma" del tipo más puro. No es un recurso de los frágiles: para ser un resis­tente civil hay que tener mucho más coraje que para la simple resistencia física.

EL AUTÉNTICO CORAJE

Lo que se alza como testimonio de en­vergadura es el coraje de un Jesús, un Da­niel o un Ridley que avanzará en calma hacia el sufrimiento o la muerte, es el co­raje de un Tolstoi que osó desafiar a los za­res de Rusia.

En verdad, un resistente perfecto basta para ganar la batalla de lo justo contra lo injusto.

Jesucristo, Daniel y Sócrates representa­ron la forma más pura de resistencia o for­taleza del alma. Todos estos maestros con­sideraban sus cuerpos como nada en com­paración con sus almas.

Tolstoi fue el mejor y más brillante ejem­plo moderno de la doctrina. No sólo la ex­puso sino que vivió de acuerdo con ella. En la India, la doctrina fue entendida y practicada comúnmente mucho antes de consolidarse en Europa.

Resulta sencillo percibir que la fortaleza del alma es superior a la fuerza corporal. Si la gente que se opone al imperio del mal recurriera a la fortaleza del alma, se evita­ría mucho del sufrimiento actual.

En todo caso, el manejo de esta fortaleza nunca le causa sufrimiento a los otros. Hasta cuando se la aplica erróneamente. Solamente damnifica a quien la utiliza y no a aquellos contra los cuales se asume. Igual que la virtud, tiene su propia recom­pensa. No hay falla alguna cuando se re­curre a este tipo de fortaleza.

EL AMOR COMO TRASFONDO DEL CASTIGO

Pero inclusive cuando Buda y Cristo cas­tigaban, evidenciaban una inequívoca gentileza y un amor detrás de cada uno de sus actos. No alzarían un solo dedo contra sus enemigos, sino que se rendirían ellos mismos antes que hacer claudicar la ver­dad por la cual vivían.

Buda llevó sin temor esta batalla al campo enemigo y puso de rodillas a un clero arrogante. Cristo expulsó a los cambistas del templo de Jerusalén e hizo caer anatemas del cielo sobre los hipócritas y los fariseos. Am­bos practicaban la intensa acción directa.

Buda podría haber muerto resistiendo a los sacerdotes, si la majestad de su amor no hubiese probado que se equiparaba a la obra de enderezar al clero. Cristo murió en la cruz con una corona de espinas en su cabeza, desafiando el poderío de un impe­rio entero. Y si yo promuevo resistencias de carácter no violento, simple y humildemen­te sigo los pasos de los grandes maestros.

Al someternos a una disciplina adecuada podemos volvernos "casi tan grandes co­mo los ángeles". Quien ha vencido al mundo de los sentidos, es un guía para los demás. Contiene todas las virtudes y Dios mismo se manifiesta a través de él.

Parecería que el mundo corre detrás de cosas de valor efímero. Casi no le sobra tiempo para más. Sin embargo, cuando se indaga un poco este problema, se advierte que en definitiva lo único que importa es lo que lleva el sello de la eternidad.

CIVILIZACIONES ANTIGUA Y MODERNA

Quien procure nuevas experiencias, de­be empezar por sí mismo. Eso lo conduci­rá a un veloz descubrimiento de la verdad, porque Dios siempre protege a los experi­mentadores honestos.

La característica que distingue a la civili­zación moderna es la multiplicación inde­finida de las necesidades humanas. La ca­racterística de la civilización antigua es la restricción imperativa y la regulación es­tricta de tales necesidades.

La regla de oro de nuestra conducta es la tolerancia mutua. En efecto, resulta evi­dente que jamás tendremos todos la mis­ma opinión y que la verdad se nos presen­tará de modo fragmentario según sus dis­tintos aspectos. La consciencia no nos ha­bla a todos de manera idéntica. Sin duda, es una excelente guía para cada uno. Pero querer imponer a los otros nuestra con­ducta individual sería una distorsión into­lerable de la libertad de consciencia.

La propagación de la verdad y la no vio­lencia puede realizarse mejor viviendo real­mente tales principios, que divulgándolos a través de los libros. La vida vivida realmen­te es más significativa que los libros.

LA ESPIRITUALIDAD Y LA INTREPIDEZ

Me gusta la música y todas las demás ar­tes. Pero no les atribuyo valor, como suce­de en general. Así, por ejemplo, no puedo encontrarle valor a ninguna actividad que para ser comprendida exija conocimientos técnicos. Cuando contemplo el cielo sem­brado de estrellas en su infinita belleza, es­to es para mis ojos (y significa para mí) más que todo lo que pueda darme el arte humana.

Muchas veces, se confunde el conoci­miento espiritual con el progreso espiri­tual. La espiritualidad no es cuestión de sa­beres escriturales ni de discusiones filosó­ficas. Mas bien, se trata de robustecer el corazón por encima de toda medida. La primera exigencia de toda espiritualidad es la intrepidez. Resulta imposible que un co­barde sea virtuoso.

Cada cual le ora a Dios según su propia luz.

Todas las creencias constituyen una re­velación de la verdad, pero todas son im­perfectas y están sujetas a errores. La reve­rencia que nos inspiran las religiones no deben cegarnos ante sus defectos. Igual­mente, debemos ser agudamente sensibles a los defectos de nuestra fe, no para dejar­los tal como están sino para tratar de su­perarlos. Al observar con ojo imparcial las demás religiones, no sólo no debemos va­cilar en incorporar a nuestra fe los rasgos aceptables de las otras creencias sino, por el contrario, pensar que ese es nuestro deber.

El sano descontento es un preludio del progreso.

No hay un término medio entre la ver­dad y la falsedad, entre la no violencia y la violencia. Tal vez jamás logremos tanta fortaleza como para ser íntegramente no violentos en el pensamiento, la palabra y la acción. Pero tendremos que mantener la no violencia como meta y tratar de evolu­cionar en forma constante hacia ella.

El odio siempre mata, el amor nunca muere: tal es la vasta diferencia entre am­bos. Lo que se obtiene mediante el amor es retenido para siempre. Lo que se obtie­ne con el odio se vuelve en realidad una carga, porque incrementa los rencores.

Estoy convencido de mis propias limita­ciones: esta convicción es mi fortaleza.

Perdonar y aceptar la injusticia es cobardía.

Desde el punto de vista de la verdad, el cuerpo no es más que una posesión acci­dental. Con mucha razón se dice que lo que crea al cuerpo es el deseo de gozar, pa­ra ponerlo a disposición del alma. Cuando el deseo se apaga, el cuerpo ya no tiene ra­zón de ser y el hombre se ve entonces libre del círculo vicioso de los nacimientos y las muertes. El alma es omnipresente: ¿por qué va a querer verse encerrada en una jaula como el cuerpo? En consecuencia, hay que alcanzar una renuncia total y aprender aservirse del cuerpo -mientras existe- pa­ra entregarse a los demás, hasta el punto de que la consumación de este sacrificio tiene que transformase en nuestro verdadero pan, indispensable para nuestra vida.

CAPTACIÓN DE LA VERDAD

Mientras estemos embutidos en este es­queleto, nos será imposible captar perfec­tamente la verdad. Solamente nuestra ima­ginación puede permitirnos anticipar tal momento. El instrumento efímero que es nuestro cuerpo nos impide ver cara a cara la verdad, que es eterna. Por ello, en defi­nitiva, todo depende de nuestra fe.

No se es forzosamente silencioso por el hecho de tener la boca tapada. Hasta pue­den habernos cortado la lengua, sin que por ello hayamos conocido el silencio verdadero. El hombre silencioso es el que te­niendo la posibilidad de hablar, jamás pro­nuncia una palabra de más.

No es para nada censurable que un hom­bre persiga la verdad según sus propias lu­ces, todo lo contrario: su obligación es ha­cerlo. En consecuencia, si alguien que per­sigue de tal modo la verdad se equivoca, de inmediato se rectifica... En semejante búsqueda desinteresada de la verdad na­die puede andar desorientado durante mu­cho tiempo, pues al instante de tomar el rumbo errado tropezará, y luego retomará el sendero correcto. De ahí que la procura de la verdad sea su verdadera devoción.

Una plegaria sincera está muy lejos de ser un recitado articulado con la boca. Es un anhelo interno que se expresa en cada palabra y en cada acto, en cada negación y en cada uno de los pensamientos del hombre. Si nos asalta con éxito un mal pensamiento, debemos saber que apenas ofrecimos una plegaria de los dientes para afuera. Otro tanto ocurre con las malas pa­labras que puedan escapar de nuestra bo­ca o de los malos actos que practiquemos. La plegaria genuina es un escudo y una protección total contra dicha trinidad de males.

LA PLEGARIA

En el primer ímpetu de la plegaria real y viviente, no siempre nos asiste el éxito. Debemos luchar con nosotros mismos, te­nemos que creer a pesar de nosotros. En ello, los meses parecen años. Por lo tanto, si queremos comprobar la eficacia de la plegaria, debemos cultivar una paciencia ilimitada.

Nos sumiremos en la tiniebla y los de­sengaños -y hasta en otras situaciones peores- pero debemos tener el coraje su­ficiente para luchar contra todo y no su­cumbir a la cobardía. Para un hombre de oración, no existe nada que se parezca al retroceso.

En la resistencia civil de las masas, el lide­razgo resulta esencial. En la resistencia civil individual, cada resistente es su propio líder.

Los siete pecados de la sociedad: políti­ca sin principios, riqueza sin trabajar, júbi­lo sin consciencia, conocimiento sin ca­rácter, comercio sin moralidad, ciencia sin humanidad, rezar sin sacrificio.

LOS RICOS Y LOS POBRES

Pese a todo, tras los esfuerzos más tena­ces, no se puede lograr que los ricos prote­jan realmente a los pobres. Y si estos últi­mos se ven cada vez más oprimidos hasta el punto de morir de hambre, ¿qué se pue­de hacer? Cuando se busca una solución para este acertijo, es cuando los recursos no violentos de la no colaboración y de la desobediencia civil se me presentan como los únicos que resultan justos e infalibles. En una sociedad concreta, los ricos no pueden hacer fortuna sin la colaboración de los pobres. Si estos se convencieran de esta verdad y se impregnaran con ella, to­marían sus medidas y aprenderían a libe­rarse ellos mismos -base a métodos no violentos- de las desigualdades que los han llevado al borde del hambre.

Descubrí que la vida perdura aun en me­ dio de la destrucción. Por consiguiente, debe haber una ley más elevada que la ley de la destrucción. Sólo bajo dicha ley re­sulta inteligible una sociedad bien ordena­ da y la vida digna de ser vivida. Entonces, si esa es la ley de la vida, por ella debemos trabajar en lo cotidiano.

Por diversos motivos me asusta viajar a Europa o a Norteamérica. No es que con­fíe menos en los pueblos de esos dos enor­mes continentes que en mis compatriotas. Las dudas bullen en mí mismo. Si viajase a Occidente, no sería por razones de salud ni para ver territorios nuevos. Tampoco me interesa hablar en público. Siento espanto de que me consideren una celebridad. Me pregunto si algún día encontraré la fuerza para soportar las manifestaciones públicas, y si cederá esa tensión agotadora que me atrapa cuando tomo la palabra en público.

DÓNDE ESTÁ LA VERDAD

No quiero que mi casa esté amurallada por todas partes, y que mis ventanas permanezcan cerradas. En cambio, quiero que las culturas de todas las tierras soplen sobre mi casa del modo más libre posible. Pero me niego a que cualquiera me patee los pies.

La verdad se encuentra en cada corazón humano y tienes que buscarla allí. Debes dejarte conducir por la verdad, del modo en que la concibas. Pero ni tienes el dere­cho, de acuerdo con mis concepciones, para forzar a otros a que actúen.

La plegaria no es pedir. Es un anhelo del alma. Es la admisión cotidiana de la propia debilidad... En la plegaria, es mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón.

Creo que la suma total de la energía de la humanidad no existe para abatirnos sino para elevarnos. Ello es consecuencia de la definida, aunque inconsciente, ley del amor. El hecho de que la humanidad per­sista en ello, demuestra que la potenciali­dad cohesiva es mayor que la fuerza disol­vente: lo centrípeto supera a lo centrífugo.

Los científicos nos dicen que sin la pre­sencia cohesiva de los átomos que confi­guran nuestro mundo, este se diluiría en fragmentos y cesaríamos de existir. Así co­mo hay fuerza cohesiva en la materia cie­ga, así existe en todos los seres animados, y el nombre de esa fuerza cohesiva en los seres animados es el amor. Lo percibimos entre el padre y el hijo, entre el hermano y Ia hermana, entre un amigo y otro. Pero te­nemos que aprender a usar esta potencia con todo lo que vive, y en su uso se basa nuestro conocimiento de Dios. Donde hay amor, se imponen el amor y la vida. El odio lleva a la destrucción.

EL AMOR ES UNA FUERZA COHESIVA

Durante toda mi vida, la insistencia con que encaro la verdad me lleva a conside­rar al arte como responsabilidad.

No tengo anhelo alguno de fundar una secta. En verdad, soy demasiado ambicio­so. No represento verdades nuevas: trato de representar y seguir la verdad tal como la conozco. Arrojo luz nueva sobre mu­chas verdades antiguas.

El hombre para de desarrollarse cuando se apodera de él la autosatisfacción. Por consiguiente, se vuelve inepto para la li­bertad. Quien ofrece un pequeño sacrifi­cio con espíritu humilde y religioso, pron­to comprueba la pequeñez de lo que ofre­ció. El camino del servicio nos lleva a en­contrar la medida de nuestro egoísmo. Por eso, debemos desear continuamente dar más sin quedarnos satisfechos hasta que se produzca una entrega completa.

Sería hermoso que todos nuestros jóve­nes y viejos, hombres y mujeres, dedicára­mos íntegramente a la verdad todo lo que hacemos durante las horas de vigilia -tra­bajar, comer, beber o jugar- hasta que la disolución de la carne nos vuelva uno so­lo con la verdad

LA MUJER

La mujer es la compañera del hombre, dotada con iguales capacidades mentales. Ella tiene derecho a participar en los míni­mos detalles de las actividades del hom­bre, y con él tiene igual derecho al libre al­bedrío y a la emancipación.

He venerado a la mujer como la corporiza­ción viva del espíritu de servicio y sacrificio.

El ornamento real de la mujer es su ca­rácter, su pureza.

La mujer posee un corazón compasivo que se derrite al ver el sufrimiento.

Entre el esposo y la esposa no deben exis­tir secretos. Tengo la opinión más elevada sobre el matrimonio. Aspiro a que ambos se fu­sionen entre sí. Son uno en dos o dos en uno.

El vínculo espiritual es mucho más pre­cioso que el físico. La relación física divor­ciada de lo espiritual es un cuerpo sin alma.

La fuerza bruta fue un factor conductor en el mundo durante miles de años, y la humanidad estuvo cosechando sus amargos frutos todo ese tiempo. Hay poca espe­ranza de que algo bueno surja de ello en el futuro. Si la luz logra emerger en la oscuri­dad, el amor puede surgir entre el odio. ­

VINCULACIÓN CON TODO

Cuando me inclino sobre la tierra, ad­vierto mi deuda con Dios y también que -si soy digno de esta morada- debo re­ducirme a polvo y regocijarme por enta­blar lazos no apenas con los seres huma­nos más inferiores sino también con las formas más bajas de la creación, cuyo sino -ser reducidas a polvo- debo compartir. Las formas más ínfimas de la creación son tan imperecederas como mi alma.

Mi consejo es: satyagraha al principio, satyagraha al final. No existe mejor cami­no para alcanzar la libertad.

La experiencia me enseñó que el silen­cio forma parte de la disciplina espiritual del devoto de la verdad. La propensión a exagerar, a suprimir o modificar la verdad -sea o no a sabiendas- es una debilidad natural del hombre. Por consiguiente, pa­ra vencer dicha debilidad se hace necesa­rio el silencio. El hombre de pocas pala­bras raramente será descuidado con su habla, pues medirá sin falta cada sílaba que pronuncie.

La verdad me resulta infinitamente más apreciable que mi título de Mahatma [magnánimo o "gran alma"] que no es más que un simple fardo para mí: lo que hasta ahora me salvó de la opresión de ese títu­lo de Mahatma es el conocimiento de mi indignidad y de mi nada.

SOY UN POBRE MENDIGO

Soy un pobre mendigo: mis bienes terre­nales consisten solamente en seis ruecas, unos platos de hojalata, una jarra de leche de cabra, seis taparrabos y unas toallas fa­bricadas en el ashram. Finalmente, mi re­putación, que no vale gran cosa.

Mi obra estará completa si tengo éxito en llevarle la convicción a la familia humana, de que cada hombre y mujer, por más frá­gil que sea su cuerpo, es el custodio de su autorrespeto y su libertad, y que esta de­fensa prevalece, aunque el mundo esté en contra del resistente individual.

En general, se supone que observar la ley de la verdad significa apenas que debemos decir la verdad. No obstante, los que vivi­mos en el ashram debemos entender el concepto satya o verdad en un sentido mucho más amplio. Tiene que haber ver­dad en los pensamientos, verdad en la pa­labra, y verdad en cada acción.

Sea cual fuere la dificultad con que tro­pecemos, cualquiera que sea nuestra apa­rente derrota, no resulta posible renunciar a la búsqueda de la verdad, ya que no es otra cosa que el mismísimo Dios.

Considero que la desobediencia civil es la forma más pura de agitación constitu­cional. Por supuesto, se vuelve degradante y despreciable si su carácter civil no vio­lento es apenas un disfraz para otros fines.

LA DESOBEDIENCIA NO DEBE SER DESAFIANTE

Para ser civil, la desobediencia debe ser sincera, respetuosa, restringida; jamás de­safiante. Debe basarse en principios bien entendidos, no tiene que ser caprichosa y, sobre todo, no debe fundarse en el resenti­miento o las malas intenciones.

Nuestra lucha tiene como propósito la amistad con el mundo entero. La no vio­lencia ha alcanzado a los hombres, y per­manecerá: es la anunciadora de la paz en el mundo.

La resistencia indiscriminada a la autori­dad conduce a la ilegalidad y a una per­misividad descontrolada y, consecuente­mente, a la autodestrucción.

La espiritualidad no consiste en conocer Ias escrituras y trabarse en debates filosófi­cos: es cultivar el corazón, es tener una fortaleza inconmensurable. La intrepidez es el requisito inicial de la espiritualidad. Los cobardes nunca son morales.

La última guerra mostró la naturaleza sa­tánica de la civilización que domina la Eu­ropa actual. Todas las leyes de moralidad pública fueron transgredidas por los ven­cedores, en nombre de la virtud. Ninguna mentira fue considerada demasiado inno­ble como para no ser utilizada. Y detrás de tanto crimen, la motivación es grosera­mente material: la Europa no es cristiana.

LA INDIA

Más vale seguirle comprando el hilado a Manchester que instalar en la India las fá­bricas de Manchester. Un Rockefeller hin­dú no sería mejor que el otro. El maquinis­mo es un gran pecado que envilece a los pueblos: y el dinero es un veneno, igual que el vicio sexual.

Cuando quienes me rodean mueren por falta de alimentos, la única ocupación que me está permitida es la de alimentar a los hambrientos.

La india es una casa en llamas, muere de hambre porque no tiene trabajo que le per­mita hallar el alimento necesario. La India está cada día más extenuada. La sangre ca­si ya no circula por sus miembros. Si no la reparamos, caerá convertida en añicos...

Para un pueblo hambriento y desocupa­do, la única forma bajo la cual Dios puede osar aparecérsele, es el trabajo y la prome­sa de comida, en pago del trabajo. Dios creó al hombre para que se gane el sus­tento con su trabajo, y ha dicho que los que comen sin trabajar son ladrones.

¡Pensemos en los millones de seres hu­manos que hoy son menos que animales, que están casi por morir! La rueca es la vi­da para estos millones de moribundos. Es el hambre lo que impulsa a la India hacia la rueca...

Lo que anhelo es un cambio en las con­diciones de trabajo. Hay que terminar con esa carrera delirante. El trabajador debe cada vez más dinero estar seguro, no tan sólo de que tendrá un salario para poder vivir, sino también de que tendrá una labor cotidiana que no sea un oficio de esclavo.

VISIÓN DE UN POETA

El poeta vive para el mañana y quisiera que nosotros hagamos lo mismo. Presenta ante nuestra mirada extasiada la bella des­ cripción de los pájaros, el amanecer, can­tando himnos de alabanza o alzando el vuelo. Ellos tienen su alimento cotidiano y alzan el vuelo con las alas descansadas, en las que la sangre se renovó durante la no­che. Pero yo he tenido el dolor de obser­var a pájaros que, carentes de fuerzas, ni siquiera tenían el deseo de agitar débil­mente sus alas. El pájaro humano, bajo el cielo hindú, se eleva más débilmente to­davía que si fuera a reposar.

El heroísmo y el sacrificio en una mala cau­sa es un desperdicio de energía espléndida y daña la buena causa porque desvía la aten­ción sobre ella, dado el espejismo de ese he­roísmo y sacrificio malogrados en vano.

Para millones de seres, la vida es un eter­no velar, o una eterna catalepsia. He des­cubierto que es imposible endulzar los su­frimientos de los hambrientos con un can­to de Kabir. ¡Hay que darles trabajo, para que puedan comer! ¿Pero por qué, me pre­guntarán, tengo yo necesidad de hilar si no tengo necesidad de trabajar para mí? Por­que como lo que no me pertenece. Vivo de la explotación de mis compatriotas. Si­gan el rastro de todas las monedas que lle­guen a sus bolsillos, y verán la verdad de lo que digo.

EL SIMBOLISMO DE LA RUECA

Es preciso hilar. ¡Que todos hilen! Que Ta­gore hile también, como los demás. ¡Y que queme sus vestiduras extranjeras! Es el deber del día. Dios se ocupará del mañana. Como dice el Gita: "¡Cúmplase la acción justa!"

La rueca simboliza la consciencia colec­tiva y el aporte individual de cada habi­tante a una definida y constructiva labor nacional. Si las máquinas fuesen bien uti­lizadas, deberían ayudar y aliviar el es­fuerzo humano. Pero el uso actual de las máquinas tiende a concentrar cada vez más el bienestar en manos de unos pocos, con desprecio absoluto por los millones de hombres y mujeres cuyo pan es arrebatado de sus bocas por tales máquinas.

REFLEXIONES SOBRE LA VERDAD

La hilandería manual no tuvo nunca co­mo objeto ni como resultado entrar en competición con alguna otra forma de ac­tividad humana, para suplantarla. Mucho menos intenta eliminar del empleo que ocupa a cualquier persona válida, capaz de hallar una actividad remunerada. Lo único que pretende es poder brindar una solu­ción inmediata, practicable y permanente al mayor de los problemas planteados en la India. O sea: una mayoría aplastante de po­blación reducida a la ociosidad forzada, durante casi seis meses del año, por falta de una tarea complementaria que les per­mita a los agricultores salir del hambre cró­nica que provoca semejante situación.

Nada se ha hecho sobre la tierra sin acción directa. Rechacé los términos "resistencia pasiva" porque resultan insuficientes. Es la acción directa la que, en Sudáfrica, convirtió al general Smuts... ¿Cuál es la más grande simbiosis realizada por Cristo y Buda? La for­taleza y la dulzura. Buda llevó la guerra al campo enemigo: hizo que se arrodillara to­do el sacerdocio arrogante. Cristo expulsó a los mercaderes del templo, flagelando a los hipócritas y a los fariseos. Es acción directa... e intensa. Y al mismo tiempo, detrás de sus acciones, había una infinita dulzura.

POR QUE LA RUECA ES NECESARIA

Jamás pensé, ni mucho menos recomen­dé, que se abandone una sola de las activi­dades industriales que son sanas y prove­chosas, para dedicarse a la hilandería ma­nual. El empleo de la rueca se basa com­pletamente en el hecho que en la india hay millones de hombres empleados la mitad del tiempo. Si no sucediera eso, yo admiti­ría que la rueca no tiene razón de ser.

Entonces imaginen la calamidad que sig­nifica tener trescientos millones de desocupados, cuya situación se agrava día tras día por falta de trabajo, y que por ello pier­den todo su amor propio y toda confianza en Dios.

En un país pobre como el nuestro, la en­señanza de la artesanía cumplirá un doble propósito. Costeará la educación de nues­tros hijos y les enseñará un oficio con el que podrán desempeñarse en su vida adul­ta, si así lo desean, para obtener el susten­to. Tal sistema proporcionará a nuestros ni­ños confianza en sí mismos.

Así como ocurre con la producción de opio, es preciso restringir la fabricación mundial de armamentos. Es probable que las armas sean más responsables que el opio de la miseria que existe en el mun­do... Si en el mundo no se alimentara la codicia, no habría margen para el armamentismo

SATYAGRAHA NO ADMITE

Muchas veces he planteado que satyagra­ha no admite la violencia, los saqueos, las acciones incendiarias; pero en su nombre se incendiaron edificios, se capturaron ar­mas por la fuerza, se extorsionó dinero, se detuvieron trenes, se cortaron líneas de te­légrafo, se mató a inocentes y se saquearon comercios y domicilios privados. Si haza­ñas como esas van a salvarme de la cárcel o del patíbulo, prefiero no ser salvado.

No logro entender la excitación y los dis­turbios que siguieron a mi último arresto. Eso no es satyagraha. Quienes se unieron al movimiento prometieron refrenar, bajo todo concepto, cualquier acto de violen­cia, no arrojar piedras y lastimar gente de cualquier manera. Pero en Bombay estuvi­mos tirando piedras. Estuvimos obstruyen­do a los trenes colocando obstáculos en su camino. Eso no es satyagraha. Hemos exi­gido la liberación de cincuenta hombres detenidos por actos de violencia. Pese a que nuestro deber es mayormente ser arrestados. Promover la libertad de gente arrestada por acciones violentas es que­brar los deberes religiosos.

No debe haber impaciencia, barbarida­des, insolencia o presión indebida. Si que­remos cultivar un verdadero espíritu de de­mocracia, no podemos permitirnos ser in­tolerantes. La intolerancia traiciona la fe en la propia causa.

LAS MINORIAS Y LAS MUCHEDUMBRES

Hay en la multitud tantas corrientes ocultas de violencia -conscientes o in­conscientes- que he rogado por una de­rrota desastrosa. Siempre estuve en mino­ría. En Sudáfrica empecé con la unanimi­dad general, bajé después a una minoría de sesenta y cuatro. Y hasta de dieciséis, para subir luego a una inmensa mayoría. El mejor trabajo y el más sólido se hizo en el desierto de la minoría.

Le tengo miedo a la mayoría. Me da as­co la adoración de una muchedumbre ca­rente de juicio. Sentiría el terreno más fir­me bajo mis pies si ella me escupiera. Un amigo me advirtió que no debía explotar mi dictadura. Lejos de haberla explotado, me pregunto si no soy yo quien se deja "explotar". Confieso que le siento terror, como nunca lo sentí antes. Mi única salva­ción está en mi intrepidez.

Le advertí a mis amigos del Congreso que soy incorregible: toda vez que el pue­blo cometa errores, continuaré confesán­dolos. El último tirano que reconozco en este mundo es la serena vocecita que está dentro de nosotros. Y aunque debiera con­tar con una minoría de uno solo tendría el coraje de ser esa minoría desesperada. Pa­ra mí, ese es el único partido sincero.

Hoy día, soy un hombre más triste y, quiero creerlo, más sabio. Veo que nuestra no violencia es superficial. Nos quema la indignación. El gobierno la alimenta con sus actos insensatos. Podría decirse que su deseo es el de ver el país cubierto de muertos, incendios y pillajes, a fin de jus­tificar su pretensión de ser el único capaz de reprimirlos. Me parece que nuestra no violencia sale más de nuestra impotencia como si dentro de nuestros corazones acariciáramos el deseo de vengarnos no bien se nos presente la ocasión. ¿Acaso la no violencia voluntaria puede surgir de esta violencia forzada de los débiles? La que estoy tratando de realizar, ¿no es una ex­periencia inútil?

Y si, cuando estallara la furia, ni uno so­lo quedara indemne, si la mano de cada cual se alzara contra el prójimo, ¿de qué serviría entonces que yo ayune hasta la agonía, después de semejante desastre? Si no son capaces de la no violencia, adop­ten lealmente la violencia, ¡pero sin hipo­cresía! La mayoría simula aceptar la no violencia... ¡Que conozca entonces su res­ ponsabilidad! Por el momento debe retar­darse la desobediencia civil e imponerse por ahora una obra constructiva... de lo contrario, nos veremos ahogados en aguas cuya profundidad ni siquiera imagina­ mos...

CONTRA LA HIPOCRESÍA

El abogado general tiene razón cuando dice que, como hombre responsable que recibió una buena porción de educación, así como experiencia en el mundo, yo de­bería conocer las consecuencias de mis actos. Yo sabía que jugaba con fuego, y corrí el riesgo: si me pusieran en libertad, volvería a empezar. He reflexionado ma­duramente estas noches. Esta mañana sen­tí que no cumpliría con mi deber si no di­jera lo que digo en este momento. Me he empeñado y sigo empeñado en evitar la violencia. La no violencia es el primer ar­tículo de mi fe, y el último. Pero debía ele­gir: o bien someterme a un sistema políti­co que considero como causante de un mal irreparable a mi país, o bien correr el riesgo de ver desencadenado el furor in­sensato de mi pueblo cuando supiera la verdad

MI PRISIÓN

Yo sé que mi pueblo se vuelve loco a ve­ces, y me enojo profundamente. Es por eso que estoy aquí para someterme, no a un castigo leve, sino al más pesado. No pido misericordia, no alego ninguna circunstan­cia atenuante. Estoy aqui en prisión para pedir y aceptar gozoso la pena más alta que pueda infligirse por lo que, de acuer­do con la ley, es un delito deliberado y que me parece el primer deber de un ciudada­no. ¡Jueces, elijan: dimitan o castíguenme!

Me enoja que el gobierno me haya libe­rado prematuramente, por causa de mi en­fermedad. Esta clase de liberación no me causa placer alguno, pues considero que la enfermedad de un prisionero no ofrece razón alguna para devolverle la libertad.

Hago un llamado a todos los que sienten un poco de amor hacia mí. ¡Únanse! Sé que la tarea es difícil; pero nada es difícil, si tenemos fe verdadera en Dios. Hindúes, mahometanos, ¡pongan fin a su mutua desconfianza! Es la debilidad lo que en­gendra el temor, y el temor produce la des­confianza.

Me aferro a la India como una criatura al seno materno, porque siento que es ella la que me da el alimento espiritual que nece­sito. Cuando ese alimento falte, seré como un huérfano. Me retiraré a las soledades del Himalaya, para cobijar ahí mi alma desgarrada.

SOY UN IDEALISTA PRÁCTICO

La ley del amor entero -sin excepciones ni restricciones- es la ley de mí ser. Pero no predico esta ley suprema mediante las medidas políticas que preconizo: sería condenarse al fracaso por anticipado. No sería razonable esperar que las masas obe­dezcan actualmente esta ley... No soy un visionario: sólo pretendo ser un idealista práctico.

La moralidad es la base de todas las co­sas, y la verdad es la substancia de toda moralidad.

No comparto la idea de que en la tierra hay o habrá una única religión. Por eso, lucho para descubrir un factor común y también para inducir la tolerancia mutua.

La purificación de sí mismo, aunque no pa­rezca ofrecer alguna realidad palpable, es el medio más poderoso para reformular nuestro entorno y superar los escollos más pesados.

Este proceso de purificación obra de un mo­do sutil, invisible. Pese a su aparente lentitud, a menudo fatigosa, es el medio por excelen­cia, el más directo, el más seguro y el más corto para alcanzar la liberación. Jamás se realizarán bastantes esfuerzos para lograrla. Pero como punto de partida debe haber una fe inquebrantable como una roca.

EL ERROR Y LA HERMANDAD

Un error no se convierte en verdad como resultado de la propagación multiplicada, y tampoco la verdad se vuelve un error porque nadie la percibe.

Cuando veo a un hombre cayendo en el error o hundiéndose en el vicio, me digo que eso también me pasó a mí no hace de­masiado tiempo. Por eso mismo, me sien­to hermano de todos los hombres y, para ser feliz, tengo la necesidad de ver feliz hasta al más pequeño de mis semejantes.

La vida solitaria que llevé en Africa del Sur tanto como jefe de familia, abogado, reformador social o político requería para el de­bido cumplimiento de estos deberes una es­tricta regulación de la vida sexual y una rígi­da práctica de la no violencia y la verdad en las relaciones humanas, ya sea en las que mantenía con mis compatriotas como con los europeos. Sostengo que no soy nada más que un hombre común con menos capaci­dades que las comunes. Tampoco puedo afirmar que tengo algún mérito especial por Ia no violencia o la continencia, puesto que he podido llegar a eso sólo tras laboriosas búsquedas. No tengo la menor sombra de duda que cualquier hombre o mujer podría lograr lo que he hecho si realizara el esfuer­zo que yo hice y cultivara la misma esperanza y la misma fe.

Si Dios quiere enviarme a Occidente, iré allá para tocar el corazón de las masas, pa­ra hablar con toda serenidad con la juven­tud de esos países y, finalmente, para tener el privilegio de reunirme con hombres que, como yo, buscan la paz a toda costa, pero jamás menoscabando la verdad.

LA VERDAD SE HARÁ OÍR

Jamás en mi vida fui culpable de decir cosas de un modo distinto del modo en que las veía: mi naturaleza me conduce en línea recta a la esencia de las cosas. Y si muchas veces me equivoco en este cami­no, tengo la certeza de que la propia ver­dad, en última instancia, se hará oír y sen­tir por sí misma, como ya ocurrió muchas veces en mi vida.

Quienes consideren que la no violencia es el único método para lograr una libertad genuina, que mantengan encendida su lámpa­ra en el seno de la impenetrable tiniebla ac­tual. La verdad de unos pocos prevalecerá: la falsedad de millones se dispersará como una cáscara seca en el viento.
Las fugaces vislumbres que he podido tener de la verdad, difícilmente pueden dar una idea del brillo indescriptible de la verdad, un millón de veces más intenso que el del sol que vemos diariamente con nuestros ojos. En realidad, lo que he captado es apenas un dé­bil centelleo del poderoso resplandor. Lo que sí puedo afirmar con certeza, como resultado de mis experiencias, es que una perfecta vi­sión de la verdad adviene tras una realiza­ción completa de la ahimsa [no violencia].

El autosacrificio de un único hombre es millones de veces más poderoso que el sa­crificio de un millón de hombres que mue­ren matando a otros.

Desconfío de quienes proclaman su fe a los otros, en especial cuando pretenden convertirlos. La fe no existe para ser predi­cada, sino para ser vivida. Es entonces cuan­do se propaga por sí misma.

LAS ESCRITURAS

Las escrituras jamás pueden trascender la razón y la verdad. Existen precisamente para purificar la razón y para iluminar la verdad... Tratándose de seres humanos, el sentido de la palabra va adquiriendo trans­formaciones progresivas. Por ejemplo, la palabra más rica, Dios, no posee el mismo significado para todos los hombres. Todo depende de la experiencia de cada cual.

La identificación con todo lo que vive es imposible sin la autopurificación, y sin autopurificación la observancia de la ley de la no violencia es un sueño sin contenido. Dios no será jamás percibido por quien no tenga el corazón puro. Por lo tanto, la au­topurificación se traducirá en purificación de todos los rumbos de la vida. Dado que la purificación es altamente contagiosa, la purificación de uno mismo conduce nece­sariamente a la purificación de lo que nos rodea.

La prueba de que uno experimenta den­tro de sí mismo la presencia real de Dios no procede de una evidencia extraña a no­sotros, sino de una transformación de nuestra conducta y de nuestro carácter. El testimonio nos lo brinda la experiencia ininterrumpida de sabios y de profetas, pertenecientes a todos los países. Quien rechace este dato tan certero estaría renegando de sí mismo.

SOY UN POBRE LUCHADOR

La máxima honra que podrían hacerme mis amigos es tratar de realizar en sus vi­das el ideal por el que vivo. O si no, opo­nerme la mayor resistencia posible, si aca­so no tuvieran fe en mi ideal.

Soy apenas un pobre luchador, cuya alma aspira al bien perfecto, a la verdad comple­ta, y a la no violencia sin defectos, no ape­nas en mis actos y palabras, sino también en mis pensamientos. Hasta aquí no he alcan­zado este ideal, cuyo fundamento me resul­ta inconmovible. La ascensión es penosa, pero me agrada enfrentar las dificultades del trayecto, ya que cada paso me hace más fuerte y más apto para dar el siguiente.

Tengo buenas razones para afirmar que un niño podría llegar a hacer lo mismo que yo. Los instrumentos que permiten acercar­se a la verdad tienen un manejo muy sen­cillo, aunque a algunos pueden parecerles complicados. Puede ser que una persona arrogante nunca consiga aprenderlo, mien­tras que para un niño inocente será como un juego. Para merecer la verdad, hay que ser más humilde que el polvo.

He dejado que algunos amigos digan que la verdad y la no violencia estaban fuera de lugar en la política y las demás cuestiones temporales. Esa no es mi opinión. No em­pleo tales medios para asegurar mi salva­ción personal. Intento servirme de ellos en todas las instancias de mi vida cotidiana.

Hagamos de la verdad y de la no violencia un asunto de práctica grupai, comunal, e in­ clusive nacional, en vez de una simple prác­tica individual. Tal es mi sueño. Viviré y mo­riré para verlo realizado. Diariamente, mi fe me ayuda a descubrir nuevas verdades.

AMOR POR TODO

No suspiro por el martirio, pero si eso me sucediera, en el sendero que considero mi deber en defensa de la verdad que profeso, entonces lo habré merecido.

Ver cara a cara al universal y omnipene­trante espíritu de la verdad supone ser ca­paz de amar hasta a la criatura más insig­nificante como si se tratara de uno mismo. El hombre que a eso aspire no tiene que mantenerse alejado de ningún campo de la vida. Tal es el motivo de que mi devo­ción a la verdad me haya impulsado al campo político. Puedo asegurar sin la mí­nima vacilación -aunque con toda hu­mildad- que quienes afirman que la reli­gión no tiene nada que ver con la política no conocen el significado de la religión.

Después de mi desaparición, no habrá nin­guna persona capaz de representarme por completo. Pero con seguridad, una parte de mí mismo seguirá viviendo en cada uno de ustedes. En gran parte, el vacío se llenará si cada uno se diluye al frente de la causa a la cual, siguiéndome a mí, quiere servir.

La lucha satyagraha es para los fuertes de es­píritu, no para los dubitativos o los tímidos. Satyagraha nos enseña el arte del vivir, así co­mo del morir. Entre los mortales, el nacimien­to y el fallecimiento son inevitables. Lo que di­ferencia al hombre del bruto es su puja cons­ciente para realizar en sí mismo al espíritu.

CREO EN EL CAMINAR A SOLAS

Aún en la más negra desolación, cuando ya no parece haber auxilio y consuelo en este vasto mundo, Su nombre me llena de fuerza y disuelve todas las dudas y toda nuestra desesperación.

Crezco diariamente en el conocimiento satyagraha. No poseo libros de texto para consultarlos en caso de necesidad, ni si­quiera el Baghavad Gita al que considero mi diccionario... Creo en el caminar a so­las. Solo vine al mundo. Caminé solo por el valle de la sombra de la muerte y parti­ré solo cuando llegue la hora... El amor ja­más reclama, siempre es ofrenda. El amor sufre siempre, jamás se resiente, nunca promueve la venganza.










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