La carcajada de Damaris

Autor: Mónica Montañés

Damaris venía saliendo apuradita. Le resultaba como grueso soltar la carcajada que tenía atragantada desde hacía rato en pleno motelito majunche. Había llegado a ese cuarto baratón, como se suele llegar a esos lugares, por una urgencia. Serísima, y más bien temblando, entró a la habitación, se desnudó, se dejó cubrir de delirios y salió a punto de estropearlo todo por culpa de la bendita carcajada. Ya en la calle y rodeada de desconocidos, la soltó y no hubo quien no se volteara a verla reír con tamaña desfachatez. Sentía que había perdido algo entre esas sábanas, algo difícil de definir, pero que, sin lugar a dudas, no extrañaría en lo más mínimo.

Se reía de ella misma y del pobre Darío Díaz que la vio salir casi corriendo, jurándola bañada en culpas, sin sospechar siquiera que era primera y última, que más nunca pondría una mano sobre el cuerpo travieso de Damaris, ese mismo cuerpo que hacía apenas una hora y cuarto había acudido a la cita con tantas urgencias como él.

Damaris no paraba de reírse, pero si hacía apenas hora y cuarto hubiera podido jurar que se moría por Darío Díaz. Hacía exactamente seis meses y tres días que sus miradas se habían cruzado en un pasillo de la oficina, de tal manera que ambos supieron que la cita de hoy era sólo cuestión de esperar el momento. Seis meses y tres días inventándose cafecitos a media tarde, reuniones impostergables, proyectos que había que revisar y volver a revisar. Seis meses y tres días en los que el pobre Darío Díaz no daba crédito a su suerte, disfrutando el privilegio de saber que la brevedad de las minifaldas de Damaris estaba dedicada exclusivamente a llenarle la cabeza y el sueño de ideas. Seis meses y tres días en los que Damaris se había sentido otra vez bonita, otra vez deseada, otra vez mujer y, en consecuencia, se había jurado profundamente enamorada de él, de los ojos claritos y gozones de él, de su cabello comenzando ya a ser sólo un recuerdo, de su cuerpo generoso y sabio, de su sonrisa presagiando el momento. Seis meses y tres días recibiendo llamadas a deshoras, inventando razones cada vez más creativas para su repentina importancia en la empresa. Seis meses y tres días de desvelos sabrosos, suspiros largos y sobresaltos únicos que acababan de terminar en plena carcajada callejera de Damaris.

El pobre Darío Díaz no entendió nada cuando esa noche no logró más que dejarle mensajes a la contestadora del celular de Damaris. Y entendió todavía menos cuando al día siguiente se topó a Damaris en pantalones, viéndolo como si jamás hubiera cruzado con él más que un buenos días y un informe sobre un estado de cuentas.

Damaris no encontró maneras ni motivos para explicarle al pobre Darío Díaz que ella sí, cómo no, le estaba profundamente agradecida por los seis meses y los tres días y por los delirios en el motelito, pero que fue vestirse y darse cuenta de que no era amor toda aquella urgencia, sino la imperiosa necesidad de poder sentarse en la mesa, frente a la inconmensurable indiferencia de su marido y sonreírle al desgraciado de igual a igual, de traidor a traidor, hasta que a ella le diera la gana de terminar de dejarlo.

Extraído del libro “Veintitantos amores y pico”, ópera prima de la escritora y dramaturga venezolana Mónica Montañés.












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